Recordando al Maestro Vincenzo Scaramuzza
Soy discípula del Maestro Scaramuzza. He tenido la suerte y, porqué no decirlo, el privilegio de ser su alumna desde la edad de seis años y hasta los diecisiete, con una corta interrupción hacia mis quince años. Me llevó sin atajos ni "facilitaciones" por todas las etapas de la formación pianística. Me brindó las armas para que mi personalidad musical, mi capacidad técnica, el carácter propio y mi sentido de la ética en la música se desarrollen hasta hoy y, al menos así lo espero, sigan evolucionando por el resto de mi vida.
El Maestro Vincenzo Scaramuzza era un Sabio en el sentido amplio de la palabra. La mirada aguda y penetrante, apasionado. Generoso y muy severo. Irónico y colérico. En parte autodidacta, exigiendo del alumno y de sí mismo siempre más y mejor. Incansable en su búsqueda de perfeccionamiento, nunca totalmente satisfecho. Scaramuzza se empeñaba fervorosamente, con toda su alma y sin límites, en hacer de cada uno de sus alumnos un músico, un "privilegiado", como nos decía a menudo. Pero esperaba y exigía del alumno la misma dedicación sin límites y la absoluta confianza en sus enseñanzas.
Su "Escuela" pianística, la Técnica que Scaramuzza perfeccionó al extremo, es la más eficaz, natural y exhaustiva que se pueda imaginar. Está basada en el conocimiento detallado de la anatomía y fisiología del brazo y de la mano, en el aprovechamiento "natural"de sus funciones y en el respeto a las posibilidades del instrumento para producir sonidos "musicales".
Su genialidad al establecer principios complejos pero estrictamente naturales y controlables ha hecho que sus alunmos (los que han perseverado!) desarrollen sus individualidades y que en ellos se reconozca el "sello" Scaramuzza: sonido pleno, profundo, variado, apropiado y solvente, absolutamente "personal" y "natural".
En la "Escuela" del Maestro, la Técnica es un primer paso importantísimo. Es la llave que abre las puertas a la "simbiosis" entre el pianista y el piano para que éste prolongue la "voz interior"del intérprete siempre que el pianista respete las posibilidades del instrumento, que tenga el conocimiento y la comprensión de la partitura y de su estilo, además de saber "qué decir" y la capacidad innata de sentir, expresar y transmitir a travez del piano.
Mi experiencia es que la dedicación excluyente del Maestro Scaramuzza para todos y cada uno de sus alumnos era con el objetivo que el piano "hable", "diga" y "cante" antes que ninguna otra consideración; el "virtuosismo" venía después. Claro que en el desarrollo de la capacidad técnica también era extremadamente exigente e inflexible: la aplicación de su "Escuela" no admitía ni la más pequeña "imperfección".
Al contrario que la mayoría de los pedagogos tradicionales, Scaramuzza hacía "construir" el "pianismo" y la técnica de sus alumnos usando la música misma y no "ejercicios" mecánicos salvo en los primeros pasos y por el menor tiempo posible (el ejercicio de base que nos hacía trabajar a todos al comienzo, era esencialmente de control y concentración, más que de mecanismo) . El alumno, transitando por las exigencias de obras de distintos estilos, comprendía y aplicaba el "porqué", el "para qué", el "hasta donde" y "hasta cuándo" del trabajo técnico preciso, intenso y prolongado que el Maestro indicaba y exigía imperativamente.
Pero buscando en mi memoria qué palabras repetía con mayor frecuencia, sin duda estas eran: "pensar", "meditar", "sentir", "decir", "cantar", "escuchar". Porque Scaramuzza era un Maestro en el sentido "socrático"de la palabra. "Nadie puede comprender algo que no está con anterioridad en su ser interior". Generalmente él lo decía de manera más coloquial: "Lo que Natura non da, Salamanca non presta". Su sabiduría y su intuición enormes conducían al alumno a encontrar en sí mismo y a desarrollar su propia musicalidad.
Pienso igualmente que la insistencia casi obsesiva en producir el sonido apropiado por medio de un gesto absolutamente controlado y repetido hasta el cansancio para transformarlo en "natural", se explicaba por su convicción que los "buenos" hábitos y la práctica de la "buena" Técnica pianística, posibilitaban la manifestación del temperamento y contribuían al crecimiento del carácter musical.
Scaramuzza era capaz de desplegar tesoros de paciencia ante el esfuerzo del alumno por comprender y vencer las dificultades. Pero también sus legendarias cóleras eran ¡tremendas! Profundamente convencido que el alumno tenía en sí mismo la capacidad de evolucionar hasta ser un artista, un "privilegiado" siempre que siga "en detalle" el camino indicado por el Maestro. Si acaso percibía de su parte negligencia, distracción, indiferencia, falta de trabajo o arrogancia, ésto lo irritaba tanto que estallaba en un furioso "¡¡me fatiga!!", exasperado y desesperado, sufría y se enfermaba.
¿Por qué el Maestro Scaramuzza, quien durante las clases escribía pacientemente páginas enteras para cada alumno, no nos ha dejado un libro explicando su "Escuela"? Muy sencillo. ¡Porque hubiese sido IMPOSIBLE!
¿Porqué imposible? ¿qué "secreto" había en su "método"? No era un secreto, pero sí, su propia disciplina:
- PARTIENDO DE CADA ALUMNO INDIVIDUALMENTE, DESARROLLABA SUS ENSEÑANZAS TÉCNICAS Y MUSICALES PERSONALIZANDO Y ADAPTANDO A CADA CASO EN PARTICULAR. |
¿Cómo "generalizar" la complejidad de lo "individual"?
En la ecuación en la que tres variables, el piano, la obra y el pianista, deben "conciliar" en un momento único e irrepetible, PERCEPTIBLE SOLAMENTE AL OÍDO ATENTO Y LÚCIDO. ¿Como remplazar la escucha directa y "crítica" por conceptos "cristalizados" en una generalidad?
Tarea improbable, si no imposible...
La "Escuela" del Maestro Scaramuzza debe ser transmitida por quienes hemos sido sus discípulos, y debe enseñarse "de persona a persona", en cada caso. En la asociación Maestro-Alumno, está la respuesta. Con esto no quiero decir que haya que tomar al Maestro Scaramuzza como "modelo" sino como "ejemplo", lo que es diferente.
La descripción de ciertos "gestos" de aplicación mecánica no son, a mi parecer más que eso: una descripción de lo que tal alumno recibió, porque así lo necesitaba, en tal momento de su formación. Por más fiel y honesta que sea esta "descripción" siempre es "parcial" puesto que la "Escuela" del Maestro es lo opuesto a lo "ya aprendido". Estudiar con el Maestro era una "vivencia", más que un aprendizaje. Una vivencia creativa de su parte, en la que él esperaba que el alumno "responda" del mismo modo.
¿Quién podría sintetizar en unas pocas clases o en un libro, así sean mil y una páginas, lo que en realidad es una "filosofía" del arte del pianista? Insisto en que la gran enseñanza que nos dejó, a quienes fuimos sus alumnos por largos años, es que la "manera" de PRODUCIR BUENA MÚSICA TOCANDO BIEN EL PIANO, ES EN LA BÚSQUEDA Y EN LA EVOLUCIÓN CONSTANTES.
¡Maestro!
Recuerdo con emoción y agradecimiento su paciencia y su generosidad. Como en aquella primera clase explicándome (¡a una niña de seis años!) qué quería "decir" mi "persona", y cómo debía "entregarle" mi brazo y mi mano al piano, para que éste "diga" y "cante". Y así, unas semanas más tarde me hacía "cantar", "triste" o "alegre" a travez del piano, con una Mazurka de Chopin.
Y después de tan solo dos meses de clases me explicaba la polifonía de una Pequeña Fuga de Bach usando colores distintos para cada voz, exigiéndome que toque y "escuche" los diferentes planos sonoros y el equilibrio necesarios en el estilo de Bach.
Y como a los diez años de edad me hacía estudiar y tocar el primer Scherzo y Estudios (Op.10, Nº1 y 2 y Op. 25, Nº12) de Chopin, aplicando insistentemente un cierto modo de articulación "nota por nota", "así vas a tener dedos de acero" me prometía.
O cuando hacia mis once-doce años,después de trabajar durante largos meses la Sonata Op. 31. nº2, la "Tempestad" de Beethoven, cuando salí airosa de sus exigencias tanto técnicas como musicales, llegó a decirme: "Ahora ya sabés como estudiar, pensar y trabajar todas las otras Sonatas de Beethoven". Por supuesto que no sería siempre así de fácil, pero el concepto resultó ser verdad, realmente.
O como en aquella clase, antes de mis quatorce años, en la que me hizo trabajar intensamente cerca de dos horas en el fraseo de los cincuenta y cinco compases del Piú Animato en el Allegro del Concierto en la menor de Schumann. Cantaba, tocaba con una mano en el agudo del piano, explicaba, exigía, aprobaba o volvia a explicar el "cuánto y el porqué" en cada nota, la mirada brillante, sonriente (¡le sonreía a Schumann, no a mí!) y finalmente, con un rictus desafiante me dijo: "Lo entendiste bien, ahora andá a tu casa, pensálo, estudiálo, y vení mañana".
Siempre recordaré sus explicaciones repetidas una y otra vez, sus dibujos esquemáticos de las funciones musculares, las partituras sembradas de anotaciones con su escritura pequeña y clara, sus manos grandes, fuertes, sus dedos en espátula, sensibles, desgranando una frase nota a nota, produciendo sonidos inimaginables de belleza.
Y el día que de pronto me dijo: "Quiero que estudies esta Mazurka" y dejando su sillón, se sentó al piano y tocó ¡PARA MÍ! la Mazurka en do sostenido menor de Chopin. Fué la única vez que lo escuché en una obra entera. Nunca olvidaré ese sonido, cómo el pequeño piano vertical que tenía en su estudio podía sonar tan hermoso y rico, cómo era posible "decir" y "cantar" con tanta ternura, expresión y vitalidad.
Hasta el día de hoy, nunca escuché nada igual.
Personalmente , no creo haber podido estar siempre a la altura de sus principios, pero sin duda he podido, con buen trabajo y estudio, alcanzarlos algunas veces. Con más estudio, unas cuantas veces. O con más y mejor estudio, muchas veces. Pero no "siempre". ¿Quién podría "siempre"?
Lo que sí puedo asegurar es que la formación pianística que me brindó el maestro Vincenzo Scaramuzza ha sido, es y será el "faro" que guía mi vida en la música y en todo lo demás.
GRACIAS, MAESTRO.
Su discípula
EDDA MARÍA SANGRÍGOLI |
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